3000 MONEDAS.
#RETO 12:WESTERN
Mi deseo de huir de aquella apestosa ciudad fue expresado por el relinchar pesaroso de mi caballo. Llevábamos un tiempo juntos, tanto que era la extensión de mi misma.
El atardecer dibujaba brochazos morados y naranjas en el horizonte.
«Posiblemente es mi último día» pensé.
Debía dirigirme a la posada, pasar inadvertida y, al mismo tiempo obtener información sobre Frank O’Gar, un puto irlandés que había puesto precio a la cabeza de Victoria Fortún. Ofrecía por localizarla VIVA 3000 monedas de oro.
No tenía ni mucho menos controlada la situación. Aunque alguna ventaja sí. Sabía usar perfectamente mis Colt, pero solo había disparado a blancos fáciles, inmóviles: botellas de Whisky vacías. Además, mi disfraz era jodidamente bueno. Podría pasar por un joven imberbe en busca de aventuras, trabajo o sexo.
Me sentía sucia, sudada. El vendaje que disimulaba mis pechos generosos me cortaba la respiración, y moría de ganas por saber por qué ese idiota de O’Gar quería conocer a una simple cuentista, algo en mí, deseaba que fuese por una razón.
Ni siquiera le había adornado como el asesino a sueldo que decían que era, sino como la víctima de una infancia desgraciada y poseedor de un corazón sediento del amor que una gran mujer pudiera ofrecerle.
Debería de estar agradecido. Seguramente con esa fama, las mujeres se le ofrecían a cientos. Tampoco es que su reputación de hombre implacable se viera afectada por la leyenda inventada de que tenía corazón, ¿no?
Entré en la taberna. Imité los andares que tanto había ensayado. Masculinos, seguros. Me acerqué a la barra y pedí un Bourbon.
Observé de cerca, esta vez siendo parte de la escena. Absorbí para después poderlo escribir, si salía viva de aquello, cada olor, sonido, voz y, por fin mis ojos cayeron en el cepo de una mirada verde musgo. Diablos. Era tal cual lo había descrito en mis artículos. Allí estaba Frank O’Gar.
Se acercó discreto y pidió otra ronda.
— ¿Podemos hablar fuera, amigo? Tengo un negocio que ofrecerle — sugirió, mientras yo me preguntaba si me habría descubierto.
Asentí y salí de allí seguida muy de cerca por aquel saco de testosterona.
Me acerqué a mi caballo.
— Usted dirá — acerté a decir.
Sonrió. Me miró fijamente y dijo:
— Deje la farsa señorita Fortún. Se supone que es usted quien me ha convertido en un pusilánime y un romántico.
Levanté una ceja y me quité el sombrero. Mi melena se liberó y noté como su miraba cambió.
— Entonces, como doy una imagen de usted que no le gusta, ha decidido poner precio a mi cabeza.
Chasqueó la lengua.
— El cartel decía viva — aclaró — Lo hice poner en mayúsculas. Muy bien destacado. Ya le he dicho, que mi intención era tenerla frente a mí.
Crucé los brazos enfadada. Una vez descubierta, al menos demostraría a aquel vaquero que tenía valor. Aunque ni yo misma me lo creía.
— Pues aquí estoy. Si quiere matarme, es el momento. Si no, me marcho — respondí hostil y coloqué mi pie izquierdo en el estribo, para subir a mi caballo. Su brazo me lo impidió.
— No tan rápido.
Le miré en busca de respuestas.
— Quiero que me diga por qué cree que soy capaz de sentir esas cosas que describe en sus artículos.
No tuve otra opción.
Le besé. Me respondió al instante. Supe que había reconocido mis labios, el sabor de mi boca y, solo después de aquello, recordó que yo era aquella muchacha que había conocido a los 16 años, cuando abandonó su pueblo furtivamente, en busca de fortuna y aventuras. Llevaba esperando que cumpliera su promesa doce años: “Nunca querré a nadie como a ti, Vic”