501 y 225.
Sé que es muy difícil entender por qué siempre quiero pasar mis días de vacaciones en el mismo sitio. No estoy nada viajada. Eso supone lagunas culturales y experimentales, también lo sé. Sin embargo, no querría ir a ningún sitio más. Tener tiempo y no ir, me hace sentir infiel y culpable, como quien es desleal en un idilio. Así es mi amor por este lugar.
Hoy en Madrid amanece con sol. Un sol de noviembre, de broma. Deseo volver a Águilas. Pero ya no me quejo. Bueno sí. Sobre todo con el frío.
Cuando era pequeña lo llevaba peor. Pasaba nueve meses de infierno, lo que duraba un año escolar lleno de golpes, insultos y lectura en los baños del patio que olían a lejía y protección.
501 no era el modelo de Levis eran los kilómetros que me separaban de mi pueblo pesquero. De mi Águilas. Digo mío como si lo poseyera y es al revés.
Allí era libre e importante. Era de Madrid y eso daba caché. A los niños les gustaba mi acento y podía ser yo sin miedo. Jugaba sin hora tope. Fingía que no estaba rota y pegada con celo. Corría por la playa y pasaba casi un mes sin pesadillas. Iba con mi abuela a la plaza de abastos y me enseñaba los nombres del pescado que luego cocinaba con salsita de ajo.
Ya no me siento en peligro. Sé defenderme. Pero cuando pongo un pie allí, sigue poseyéndome la brisa salada, la plaza con su fuente “La Balsa de la Pava” los atardeceres, el olor a galán de noche, las cenas de pescado fresco con una salsa parecida porque las manos que la hacían se hicieron alas hace mucho tiempo.
Allí cojo impulso, me encuentro y me pierdo. No son sólo vacaciones. Yo quiero quedarme. Lloro de emoción cuando llego y de pena tres días antes de venir.
Me da miedo no volver, o volver sin una pieza o dejar de buscar a mi niña interior para decirle que fuimos fuertes, que nos pasaron mil caballos por encima y sin embargo nos pusimos de pie, subimos al castillo y gritamos : ¡somos libres!
Quiero decirle que vendrán muchas dificultades y que algunas las podremos enfrentar y muchas no. Aunque iremos, como en los videojuegos ganando armas: libreta, boli, ordenador, teclado una mente que bulle y un lugar donde apartar los pensamientos.
Mi padre solía regañarme cuando regresando a Madrid yo me limpiaba la cara con el brazo:
— Hay gente que no tiene una casa en la playa dónde veranear. Siempre igual.No te entiendo — decía.
Ahora mi marido intenta hacer lo mismo. No le sirve. Sé que mi hogar está donde está mi amor, mi trabajo, mi familia y mis amigos. Pero el hogar y el lugar en el mundo, son cosas diferentes. No puedo explicarlo, es algo que sientes o no.
La niña sigue allí, libre, jugando y quiero correr por las calles con ella y tomar granizados y reír hasta que nos duela la tripa.
Empieza y cuenta atrás: 225 días para volver y 501 kilómetros.
Mañana un día menos.
En nada estoy preguntando ¿Cuando llegamos?