Bodas de Patata.

El 8 de noviembre se suponía que mis amigos Luis y Esther, debían haber celebrado sus bodas de plata. Los años que llevan juntos, han dado mucho de sí. Han tenido dos casas, cinco perros (todos con nombre de bebida alcohólica), dos hijos y, el magnetismo suficiente, para atraer a su vera a muchos amigos. Ir a su casa es, como sentirte en la tuya. Pueden pasar meses y cuando vuelves a verlos, sigue habiendo sonrisas y buenas palabras.

Cuando vi por primera vez a sus hijos de bebés, juro que pude cogerles e incluso besarles y llenarme de ese olor a vida que siempre han despedido.

Las recetas de Esther son míticas y siempre las comparte.

He criticado la pinta de Luis cuando se deja el pelo largo y nunca me ha mandado al guano aunque supongo que ganas ha tenido (pero es que el peinado estilo Juan Tamariz te queda fatal, nene).

Cuando yo practicaba auriculoterapia,¡me prestaron sus orejas! , eso es amistad. Han cuidado de mi madre y de mí, cuando ella estaba en el hospital y yo cuidándola durante noches que parecían interminables. He despertado a su hijo solo por verle sonreírme desde la cuna ( tenía una sonrisa de alto impacto) su hija, tierna y dulce, ha demostrado ser una mujer fuerte y que nos ha dado muchas lecciones a todos, pero ¿Qué voy a decir yo de mi pequeña? nada. Nada porque lloro y se me corre el rimmel.

No han tenido su celebración de los 25 años de casados.Su sobrina ha hecho un precioso montaje con videos en los que les decimos lo mucho que cuentan en nuestras vidas. Ni cenorrio, ni quedada, ni renovación de sus votos en su pueblo disfrutando un cocido de esos atómicos que, no puedes olvidar en años.

Iremos pasando por su casa, por nuestro hogar. No ha habido Bodas de Plata, tendrán que ser de patata. Una bolsa de papas fritas, conversación y sobre todo…unas risas.

Celebramos los 26, seguro.

Esto es lo mínimo que os mereceis. Os quiero. Gracias por estar, ser y compartir.

Me he quedado sin rimmel y sin palabras.