CUANDO PAPÁ NOEL MURIÓ

Sigo con relatos navideños atípicos. Ficción pura y dura.Hechos que podrían suceder, como que la gente mala se disfrace de seres fantásticos que relacionamos con épocas de bondad, amor, girnaldas de espumilla y luces brillantes.

Victoria Fortún
4 min readDec 12, 2020

Íbamos totalmente forrados y, aún así, el frío se las apañaba para traspasar la frontera de los guantes, abrigos y bufandas. Yo daba saltitos tratando de calentarme. Daniel había alzado a Blanca, poniéndola sobre sus hombros, para que pudiera disfrutar de las mejores vistas del espectáculo navideño del centro comercial. Parecía más niño aún que nuestra hija. Diez minutos antes los dos cantaban como locos:

“ ¡ Cortilandia, cortilandia vamos todos a cantar, alegría en estas fechas porque ya es Navidad!”

Yo, no dejaba de sonreír, odiaba con todo mi ser las Navidades. Pero por ellos, lo pasaba todo. Eran el centro de mi vida.

Anunciaron que, en una de las puertas laterales, Papá Noel iba a recibir las cartas de los niños y a escuchar sus peticiones. Miré a Daniel con cara de sufrimiento. Pero Blanca ya había empezado a aplaudir y a gritar:

¡Vamos papá, tengo que hablar con papá Noel!

«Genial». Suspiré y les seguí. Daniel me cogió del brazo y me besó en la mejilla.

— Vamos mami, será divertido. —

— Claro. — Dije con la sonrisa más falsa de mi repertorio, que traducida a idioma adulto significaba “vaya puta mierda”

Pero lo peor estaba por llegar. No fueron los gritos infantiles al ver a un tipejo gordo salir a escena, ni siquiera la fila de más de treinta personas que íbamos a tener que aguantar. Lo peor, fue cuando reconocí a la persona que había tras aquel disfraz. El hombre que había robado mi infancia y toda la inocencia que una vez hubo en mí.

— Nena, ¿me escuchas? — oí tras un rato a Dani — Tienes mala cara —

— Estoy bien. — Me recompuse lo mejor posible. Porque aquel infierno era solo mío. Ni siquiera Dani, sabía nada sobre ello. Y no lo iba a saber nunca.

— Estoy bien. Solo se me está congelando el culo — Bromeé —

— Luego te recompensaré, lo prometo. — Contestó, con esa sonrisa que aún después de algunos años, hacía que mi fachada de mujer fatal se tambaleara.

Sin embargo, hubo algo que tuve claro desde ese mismo momento: No iba a consentir que ese tipo tomara a mi hija en brazos, ni echara el aliento sobre su carita. En mi cabeza se trazó un plan, intentando acumular toda la información que sobre él, me había llegado últimamente.

Por lo visto, había preguntado por mí en cada uno de los eventos familiares a los que, sabiendo de su asistencia, yo había declinado presentarme. Sabía que últimamente no se encontraba muy bien y que pronto debía someterse a una operación de próstata. O sea que, en muy poco tiempo debía ir a hacer pis.

Un ser maligno que no reconocí, se apoderó de mi persona, justo cuando lo vi manosear discretamente las piernas de una niña, y a continuación, levantarse a, cómo dijeron sus acompañantes, dos elfos:

“Descansar cinco minutos”

Me moví deprisa. Llevaba preparándome media vida para ello. En aquel momento supe el porqué de mi obsesión por las artes marciales y la defensa personal, así como los golpes, que en ciertas partes del cuerpo, resultaban letales.

No me oyó llegar. Estaba inclinado sobre el lavabo, soltando una bocanada del humo de un cigarro. Cómo siempre, se creía por encima de las normas y prohibiciones. Seguía siendo el mismo prepotente que, veinte Navidades antes, aprovechando que mi abuelo estaba agonizando en el hospital, se había ofrecido, al ser mi tío abuelo, a cuidar de mis hermanas y de mí, y había hecho mi vida añicos, manoseando mi cuerpo, infravalorando mi persona, baboseando mis ilusiones y amenazándome, si después de su abuso, yo intentaba quejarme a algún adulto.

A partir de entonces nunca fui la misma niña. Creyeron que había sido por la muerte del abuelito. Pero no. Me costó mucho superarlo. Seguir escondiéndolo, dejar de sentirme sucia e invadida. Incluso me fue difícil tener una relación con un hombre, hasta que conocí a Daniel, que luchó por mí, y contra mis miedos.

Creo que no me reconoció. Tampoco le di demasiado tiempo. Fue solo un golpe. Pero muy certero. Actué deprisa y volví a la fila.

Al cabo de unos minutos observamos susurros y carreras. Llegó una ambulancia y anunciaron que papá Noel había tenido que volver sobre su reno mágico a Laponia y, que serían sus ayudantes, los elfos, los que recogerían las cartas de los niños.

Blanca se acostó un poco disgustada. No había podido hablar con papá Noel.

Fue la noche más tranquila de mi vida. Supe, que una madre lo puede todo, si de lo que se trata es de proteger a los suyos y, puedo decir, que desde entonces, me gusta mucho más la Navidad. Aunque Papá Noel hubiera muerto.

--

--

Victoria Fortún
Victoria Fortún

Written by Victoria Fortún

Me gusta contarme historias y por eso las escribo. Mi cerebro bulle . Estornudo letras. Invento ficción para no morir de un cólico de realidad.

Responses (1)