CULPABLE.
Hace años me daba vergüenza hasta saludar cuando entraba en un sitio. Ahora no podría ser feliz sin una charla, un café o unas risas con gente de cualquier ámbito. Unos eso sí, me conocen más que otros y saben de mis pasiones y mis debilidades. Como la culpabilidad que me persigue.
Me siento culpable. Por todo. Hasta por ser feliz con cuatro tonterías y que haya personas amargadas aún con razones para sonreír.
No dejo de pensar en un compañero del trabajo que se debate entre la vida y la muerte. Llevaba trabajando poco tiempo. Me presenté su primer día y no olvidó mi nombre. Cruzamos alguna frase llena de cortesía y supongo que vacía de contenido porque yo siempre estoy en mi mundo. Culpable.
La última vez que le vi tenía en las manos un libro de Carlos Ruiz Zafón. Le dije que iba a flipar en fantasía y se rió. Yo y los libros. Culpable.
Lleva más de un mes en la UVI. No dejo de pensar en él. En que no habrá terminado el libro. No he podido decirle que le puedo prestar unos cuantos. Ni siquiera le he contado que existe este blog porque lo empecé después de su contagio. Pienso en sus hijos, ajenos a su gravedad, en su mujer, que transmite la información de los médicos , cansada y llena de dolor. Le mando energía y mensajes mentales. Ojalá respire por sí mismo y gane al puto coronabicho.
Su imagen se desdibuja en mi memoria con el paso de los días. Diría que tiene un mechón de canas como yo. Pero no puedo asegurarlo. Culpable. La voz eso sí es grave y bonita, puede que ideal para leer en voz alta.
Y aquí estoy yo. Culpable. Acabo de llorar por un anuncio. Y resulta que hay una familia rezando porque su padre y marido salga adelante.
Culpable, tonta.
Lo bueno de tener un blog, es la posibilidad de expiar mi culpa, mandar energía y mensajes.
Respira, por favor. Te encantarían el resto de libros y a mí hablar más contigo.