ABRIR LAS ALAS
Durante unos cuantos años, nuestra autoestima se basa en las opiniones que sobre nosotros tienen los que nos rodean. Esa afortunadamente es una de las enfermedades que se curan con la edad. A los 40 seguramente ya te ríes de Janeiro.
Sin embargo, cuando tu autoestima aún no está creada y fuerte, las expectativas que los mayores han puesto en tu futuro, pueden hacerte muy infeliz. Ellos a veces no son conscientes. Pero desean que seas algo que ellos no pudieron ser o lo fueron y quieren que tú los mejores.
Pues señoras y señores, aquí se presenta un desastre familiar:
— ¿ Qué tal?, encantada.
Mis abuelas eran muy creativas. Una era modista y la otra moderna y algo artista. Yo no sé ni coser un botón y en el taller de teatro nunca destaqué.
Mi padre fue camionero. Yo si oigo un ruido raro en el coche mientras conduzco, subo la música.
Mi madre pinta al óleo y dibuja muy bien. Yo no sé ni maquillarme de un modo perfecto, y eso que conozco mi cara bien, imagínate con otro lienzo.
Creo que, durante muchos años estuve perdida. Mis padres me han dado muchas oportunidades, estudié piano, solfeo, ballet clásico y español, inglés y, de cada actividad, juro que me quedé con la esencia. Aunque no destaqué ni me inspiró nada lo suficiente.
Acababa escribiendo cuentos y letras de canciones que interpretaba como un gato al que le pisas la cola.
He estado rodeada de gente maravillosa a la que admiraba sin tener la obsesión de parecerme a ninguno, porque, ahora entiendo, que no es que no llegase a su nivel, era sencillamente que no tenía que hacer lo que ellos, sino lo mío.
Duermo boca abajo. Molesto con una talla 90 de busto. A veces de lado. Casi nunca boca arriba y sé porqué: cada noche me crecen alas y sueño que vuelo libre y que puedo ser yo misma, sin miedos.
Y cada mañana, empleo un poco de esa libertad. Porque sé que la rutina hace que mis alas desaparezcan, hasta que vuelva a soñar, a veces despierta.