EL SILENCIO y LA PSICOSIS TRAS EL VIRUS.

El frío ya me ha inundado el cuerpo. El poco Sol que luce me hace sentir agradecido. Entrego la última carta. Es un certificado. La señora de la casa firma el justificante y me regala una sonrisa. Está claro que esperaba esa misiva y que trae buenas noticias.

Al fondo de mi bolsa de reparto espera mi sobre. Desde hace una semana lo abro, lo leo y vuelvo a guardarlo. No puedo dilatarlo más. La reunión es mañana. Por fin un editor quiere conocerme y leer todo mi manuscrito. Por fin dejaré Correos y de ser el raro de la oficina, el calladito, el que tiene más vida interior de lo que ellos creen.

Queda lo peor. Decírselo a mamá.

Entro en casa. Me quito los zapatos para no manchar el suelo. No quiero enfadar a mami.

Paso al baño. Me lavo bien las manos y me peino. Si no me siento en la mesa peinado y presentable, no podré comer con ella.

Bajo al sótano.

La cocina está en penumbra.

— Hola mamá,¿te encuentras otra vez mal?

Me contestó a mí mismo impostando su voz.

— Este maldito reuma me ha convertido en una carga.

— No digas Eso. Hoy no quiero ponerme triste. El editor del que te hablé quiere conocerme. Estoy emocionado, ¿ tú crees que le gustará mi libro?

Un poco de aire mueve la mecedora en la que duerme su cuerpo desde hace 10 años, cuando un virus nos atacó a ambos y no fui capaz de despedirme de ella.

— Gracias por tus ánimos mamá. Lo haré bien.