ELLA LE MATÓ.
Lloraba cada noche sin apartar la vista del armario, temiendo que se abriese la puerta y yo quedase paralizada, sin tiempo para llegar a refugiarme a la cama de mis padres antes de ser devorada. Cuando llegaba allí, solía frustrarme de nuevo, pues uno de los dos, me cargaba en brazos y me devolvía a mi dormitorio. Solían quedarse conmigo, me explicaban que los monstruos no existían y me hablaban, hasta que el llanto me vencía entonces volvían a su cama, y debatían sobre cómo solucionar el problema.
Una de esas noches mi padre y su cuerpo fornido de 1.85 de altura, entraron en mi habitación, abrió el armario y la ventana e impostó una voz más grave aún que la suya para decir:
“Monstruo, te doy 10 segundos para salir del fondo del armario y huir cagando leches por la ventana. Mi niña y yo cerraremos los ojos para no ver tu cara y tu culo feos. Y después, comenzó a contar hacia atrás 10,9,8,7…”
Cuando su actuación terminó yo estaba aún más asustada y le pregunté:
— ¿No decías que no había ningún monstruo? ¿Con quién estabas hablando? Supo entonces que además de su cuerpo y su voz grave, tenía que haber venido acompañado por argumentos lógicos. Salió al pasillo y buscó la mirada de mi madre, que le acarició la mejilla y le dijo: “dejáme intentarlo a mí.”
Ella hizo algo muy sencillo y complicado al mismo tiempo. Me ayudó a meterme en la cama. Puso cerca de mi a mi oso de peluche y tomó en sus manos un objeto mágico. Se recostó junto a mí y lo abrió. Estaba lleno de hormiguitas negras que después supe que eran letras y comenzó a decir: mi padre tenía una pequeña hacienda en Nottinghamshire…
Así empieza el libro de “Los viajes de Gulliver”.
El lugar que ocupaba el monstruo del armario fue ocupado por: un vestido de princesa, una espada de madera, un barco y un gorro de pirata.
Han pasado muchos años y en mi vida sigue habiendo monstruos, pero a ese, fue ella, fue mi madre quien lo mató, con el pasar de las páginas de un libro.
