FANTASEANDO.
Hace un año estaba volviendo a mi casa borracho y sudado, después de haber bailado, bebido y follado más de la cuenta, en el reservado de una discoteca. Anoche, sin embargo, todo estaba en silencio. Hice una videoconferencia con mis padres y mis hermanos. Puse mi mejor cara para que no notasen que me siento como una mierda.
Sigo ingresado, conectado al oxígeno y la medicación. La comida no me sienta bien. He perdido masa muscular. No me atrevo a pensar en cuando podré volver a entrenar o al menos a incorporarme al trabajo. Echo mucho de menos a mis pequeñajos. Quiero oír otra vez sus voces “Profe”, todos al mismo tiempo, sacándome de quicio.
Al menos ya estoy en planta. Me da vergüenza llorar pero me tumbo y dejo que las lágrimas caigan. Estoy tan centrado en mi tristeza que no he percibido su presencia. Lleva dos noches atendiéndome. Seguro que cree que no la he reconocido. Con tanta protección, es normal. Pero reconocería su perfume, su voz y esos ojos verdes en cualquier parte. Es la tía de Rubén, uno de mis pequeñajos.
El curso pasado tuvimos un pequeño problema. Dejé castigado a su sobrino porque estaba seguro de que me había mentido.Ella vino a recogerle.Le dije que se quedaba una hora más en clase, castigado. Me miró sorprendida. Quería saber qué había hecho. Le dije que habían pintarrajeado uno de los mapas de la clase y que su pequeño salvaje tenía un rotulador en la mano cuando entré en el aula.Asintió y esperó en el patio hasta que pasó el tiempo.
Mi sorpresa fue, cuando a la mañana siguiente la tenía de pie, de brazos cruzados cerca de mi coche, un buen rato antes de comenzar las clases.
— ¿Puede dedicarme unos minutos? — dijo.
Hasta su educación al hablarme me molestó. No soy muy simpático hasta que después del café.
— Tengo media hora para desayunar — señalé al bar de enfrente — si me acompaña la escucho.
No la hizo ni pizca de gracia.Me fijé en sus curvas cuando pasó delante de mí, dejando rastro de aroma entre fresas y nubes de algodón al andar. Muy tiesa. Muy digna. Muy bonita.
Cuando entramos pedí mi desayuno y me ofrecí a invitarla.
— Seré breve — dijo después de rehusar . — Rubén no miente.No quiere descubrir a sus compañeros, pero le ha castigado sin razón.
— Escuche… — hice tiempo para saber su nombre.
— Eva.
— Escuche Eva. Rubén es muy inteligente. Sus posibilidades están muy por encima de la media del resto. Puede que por eso le tengan envidia. Pero le aseguro que su sobrino si no miente, tiene una imaginación desmesurada. Cuenta unas cosas que hace que el resto se burle.
— ¿Por ejemplo? — preguntó.
Me estaba sacando de quicio. Era del montón. Pero la mirada, el olor de su pelo y su seguridad, me estaban acorralando.
— Rubén va contando que ha tocado pinguïnos, que ha nadado cerca de tiburones, que ha liberado a miles de tortugas…cosas de esas. Tu sobrino, preciosa, está obsesionado con los animales.
Sonrió. Asintió. Sacó su teléfono y empezó a mostrarme fotos. El niño con pinguïnos, en una especie de cubo enrejado, cerca de un tiburon, en una playa, rodeado de tortugas.
— Rubén ama los animales porque sus padres son biólogos.
Tragué saliva. Me sentí idiota.
— La proxima vez, antes de castigarle llámeme. Los empollones también merecen respeto. Puede que algun día sea él quien descubra la cura para el cáncer, por ejemplo.
Tiró un billete sobre la mesa y se marchó del local, aunque se quedó en mi cabeza.
Ahora está en mi habitación. Ha visto como lloraba.Se acerca. Incluso a través de la mascarilla percibo su sonrisa.
— Vamos, anímate Juan.Voy a ver cómo está la vía de tu mano ¿puedo?
— Eres Eva ¿verdad?
Se sorprende.
— Sí.
— Te debo un desayuno y una disculpa — digo.
— No es necesario.
— Sí lo es. Cuando salga de aquí me gustaría invitarte a comer o cenar.
Me mira.
No contesta.
— Descansa. Ya nos veremos.
Sí. Ahora el que fantasea soy yo.Cuando supere esto voy a lograr una cita.Voy a comerme esas fresas de su pelo y a ganarme su sonrisa y lucharé por despertar cerca de esas curvas.