FANTASEANDO II
Juan era fácilmente reconocible. No como yo, con tanto traje. Había comprobado por mí misma el éxito que “ el profe” tenía: Las madres se daban codazos y se ponían nerviosas y las niñas de último curso enrojecían.
Cuando tuve que hablar con él, me pareció un fantasma, aunque llegué a sacudir la capa de orgullo que cubría su cuerpazo. Punto para mí.
En estos días no parecía ni su sombra. Estaba deprimido. Se sentía frustrado y, temí anunciarle que su PCR ha sido positiva. Pero solo suspiró, me miró y me dijo “ Tendré que esperar un poco más”.
Yo no dejaba de pensar que cuando le dieran el alta, su dulzura y amabilidad conmigo desaparecerían. Es algo lógico. Aquí he tenido que acostumbrarme a que, después de mis cuidados, las personas se marchan y nunca vuelvo a verlas.Todas dejan un poco en mí. A veces tardo días en olvidar sus nombres y sus sonrisas agradecidas cuando por fin vuelven a casa, con los suyos. Vienen otros y en el mejor de los casos, también se curan.
Hoy es un mal día. No sé en que momento he perdido la atención. La culpa me domina. Llevo bastante sin vida social. Trabajo-casa-trabajo, padres hermana, amigos y sobrino por videoconferencia. Me he llegado a sentir muy patética, compartiendo conmigo misma una botella de mi mejor vino. Mi compañera de turno está contagiada por el virus. Yo acabo de comprobar, también.
¿Qué es esto?
¿Qué? ¿Acaso el virus no nos da más flojo a los que hemos estado cerca de él de una u otra forma?
No.
Lo noto. Está apoderándose de mí. Me levanto después de una noche larga de malestar y tengo el aire suficiente para llamar a una ambulancia.
Los oigo. Los datos son malos. Saturación, tensión. Me asfixio.Voy a morirme.Veo como pasan los pasillos estrechos que tantas veces he pateado. Se ven diferentes desde la camilla.
Me cuentan que esté tranquila. Me van a sedar, a intubar. Adiós a mi vida a la fantasía de una cita, mis padres, Rubén…
