LA ABUELA DE JAIME Y LAS MARIPOSAS.
La abuela de Jaime tenía un novio. Su novio vivía en un pueblo no muy cercano. No se sí en aquella época era tan fácil coger un autobus para visitar a la novia. Supongo que no, porque, el novio de la abuela de Jaime caminó durante varios kilómetros hasta la casa de la mujer a la que pretendía.
El novio del que escribo, había estrenado unas sandalias y, al llegar a la casa de su futurible se quejó amargamente de las ampollas que traían sus pies del camino andado y el sacrificio.
La abuela de Jaime le miró, supongo que con los ojos de sabia que tuvo y le dijo:
— Vete a tu pueblo y no quiero volverte a ver más.
— ¿Por qué? — seguro que preguntó él.
— Porque quien no es para uno no es para nadie — respondió ella.
Y ahora ¿cómo se te queda el cuerpo?
Igual nos han vendido un montón de mariposas que tenemos que sentir por alguien y no al hacer algo que nos apasiona. Y es al revés.
Se me ocurre que, como dijo la abuela de Jaime, quien no se quiere primero así mismo y busca su propio camino a la felicidad, no puede hacer feliz al de al lado.
Igual no son mariposas lo que tenemos y es hambre, hambre creadora y voraz que debemos saciar, liberar la pasión contenida, perseguir sueños por resolver, metas por alcanzar. Platos por cocinar. Cuentos por escribir.