LA HISTORIA DE UN CRISTAL TALLADO POR EL MAR
PRIMERA PARTE
No había regresado al pueblo costero en el que viví mi primer amor y el último verano formando parte de una familia. A nuestro regreso a Madrid, todos los cimientos de mi mundo seguro desaparecieron. Nunca es un buen momento para que tus padres decidan separarse. Pero en plena adolescencia fue horrible.Justo había descubierto que mi cuerpo crecía y era capaz de sentir y crear algo especial, luminoso.
Al recibir los besos del chico que me gustaba, había construido una granja de mariposas en el corazón. Deseaba que el tiempo pasase rápido para volver al pie del Castillo, desde donde se veía el mar y su boca y la mía se habían conocido.
Pues bien , en pocos meses, todas mis mariposas huyeron, asustadas de los gritos de mi padre, las amenazas de mi madre, el convenio regulador, los tratos, los acuerdos, los horarios, las clases, las exigencias…
Me escondí en mi propia burbuja.Hice planes para independizarme lo antes posible aunque eso significó renunciar entre otras cosas, al amor de cualquier tipo incluido el de aquel verano y a los estudios universitarios que con tantas ganas había planeado. Lo logré. Terminé un modulo de auxiliar administrativa y tras quemarme las pestañas con el flexo de tanto estudiar, aprobé una oposición. Trabajo fijo. No iba a ser millonaria. Pero conseguí alquilar un sitio donde empezar de cero. Lejos del control paterno y del manejo psicólogico materno. Fue genial. Al menos durante los primeros años.
La estabilidad, la zona de confort, sin embargo, son una trampa. En mí empezaron a sucederse episodios extraños.Ataques de pánico, pesadillas, ansiedad.
Y es que, durante mucho tiempo, había sido fuerte.Había escondido el miedo a que mis padres dejasen de quererme como habían dejado de quererse entre ellos. Me exigía ser perfecta y fría aunque no lo era. Solo trataba de evitar querer para no llorar si perdía. Mi vida social era limitada y la sexual se limitaba a encuentros esporádicos.
Los episodios de mi malestar exigieron tratamiento y fui probando diferentes terapias y ejercicios para aliviar mi dolor, porque la ansiedad duele y mina el interior.
En el yoga encontré un gran aliado.Mejoré mucho, tanto que decidí formarme para ser monitora.Ante mí se abrió un mundo nuevo, mi mente, mi alma y mi realidad: no era feliz en ese trabajo. Empecé a mandar solicitudes y a responder ofertas. Me contestaron de un hotel.No uno cualquiera. El hotel más lujoso del pueblo costero en el que pasé mi mejor verano. Sentí que era una señal.
Mis padres, por supuesto pusieron el grito en el cielo.Pedí una excedencia en el trabajo, hice mis maletas y me planté en el que creí sería el pueblo de mis recuerdos. Casi no quedaba ni uno de los restaurantes que mis padres y yo frecuentábamos. Todo era mucho más grande, más moderno. Pero por supuesto, el Castillo seguía allí. David , sus besos, mi promesa de regresar cada verano y la suya de que algún día nos casaríamos, todo eso estaba, tal y como lo había vivido.Pero era aire, solo algo irreal. Si no fuese por el colgante que hice de un cristal gastado por el mar que él me regaló, hubiera podido ser un sueño.Lo hice engarzar en plata y siempre lo llevaba puesto. Al tocarlo, me sentí tremendamente culpable por haber arrinconado aquellos bonitos recuerdos.
Al día siguiente me presenté en el hotel. La subdirectora fue amable y yo bastante convincente. Conseguí un contrato de tres meses. Estaría a prueba unos días y si todo iba bien, después del verano hablaríamos.
Mi primera clase fue muy inspiradora. Conseguí impartirla con seguridad y que las alumnas siguieran mis instrucciones.Fue justo en el momento de la meditación final, cuando sentí una mirada que casi me acarició. Abrí los ojos. Sentí los suyos.
— Es guapo ¿verdad? — dijo una de mis alumnas. — Es el director del hotel. Se llama David Rabal.
¡Era él!
Cuando me levanté para ir en su encuentro, volvió a mirarme, esta vez al cristal convertido en colgante, al que yo acababa de aferrarme inconscientemente. Me había reconocido.
Se marchó. Me quedé paralizada y luchando para que mi corazón no me rompiera el pecho de tanto pataleo.
CONTINUARÁ