LA PALA
Vivo en una urbanización.En la cuidad. Rodeada de asfalto. Apenas tenemos un poco de jardín que cuida Chicho, el conserje. Y me pregunto yo ¿ De dónde sacó la gente tanta pala para despejar la rampa del garaje?
La respuesta: otra noche mi cerebro maquinando.
Apenas nevaba aún. Sabía que él y su cuadrilla saldrían a cazar, así era cada primer sábado de mes. Llevaba observándolos dos años, mientras preparaba mi venganza.
Habían sido muchos cambios. Después de ese día en el que salí a correr por las inmediaciones de mi nueva casa, ellos me atraparon. Los demás solo me toquetearon y babosearon. Él no. Él les mandó sujetarme y me robó la dignidad.Cuando terminó me pateó tantas veces que pasé por muerta.
Tirada en una zona de viñas, alguien, aún no sé quién, me encontró y estuve dos meses en el hospital. Nadie vio nada. Ellos le protegieron. Era el hijo de un alto cargo.
Pero lo que ninguno sabíamos, era que en mí se despertaría el poder de la videncia. Me dió pánico. Pero después, lo usé como un arma.
Seguí corriendo, aprendí Kick boxing y drené parte de mi rabia. Me quedé en el pueblo. La gente no me miraba a los ojos. Es lo que pasa con los culpables.
Me vestí de tal modo que mi ropa se camuflaba con la vegetación.
Estaba en una hondonada. Solo. Vigilando a una familia de jabalíes. El primer palazo le dejó atontado. Justo en la nuca. Se volvió rápido. El segundo en la frente, fue definitivo. Me dió un poco de asco. Un ojo se le desvió y empezó a sangrar intensamente. Cogí una piedra y se la arrojé a los animales que furiosos vinieron en nuestra dirección y pisotearon su cuerpo. Eran parientes. Cerdo y jabalí.
Primero me subí a un árbol. Después corrí hasta mi casa. Lavé la pala y la dejé junto a la leña que me esperaba en la puerta.
Me duché, vomité, me hice una bola abrazándome a mí misma.
Tras unas horas de trastorno, me vestí. Discreta, femenina, elegante.
Subí a mi coche. Ya nevaba copiosamente. Había un control informativo. Guardia civil.
Bajé la ventanilla.
— Buenas tardes. Hay previsión de que la nevada empeore.No debería salir del municipio.
— Lo sé. Pero por motivos laborales no me queda otra — dije sonriendo al agente y leyendo en su mente lo mucho que le gustaban mis ojos y mi perfume.
— Seguramente empeore. No esté demasiado tiempo en la carretera o se puede quedar atrapada. Esto va a ser muy serio.
— Lo sé. Que tengas buen servicio. Gracias.
Seguí mi camino. Pasé la noche en un hotel rural. Llevaba de todo en el maletero. Comida, mantas, libros, portátil y mucho vino del bueno para beber y tratar de olvidar.
A los cinco días pude regresar.
Cuando estaba entrando en casa una voz dijo mi nombre.
Me volví. Era uno de mis vecinos, también de su cuadrilla.
— Tu pala no está. La necesitamos durante la nevada para despejar las calles. Se rompió. Lo siento.
— No pasa nada. Ya compraré otra.
— Lo siento por todo. No sé si sabrás que han encontrado el cuerpo de Blas. Le atacaron unos animales mientras cazaba.
— ¿ Tienes algo más que decir?
— No. Solo que ya estarás más tranquila. Estaba loco. Nos criamos juntos.
— Si no te importa tengo mucho trabajo. Por mi parte, voy a celebrarlo.
— Lo entiendo.
Subí a mi dormitorio y me quité la careta de niña buena. Me puse cómoda. Encendí el ordenador y comencé una nueva historia:
la pala.