LAMENTOS, PATRONES MENTALES Y LO QUE EN REALIDAD DEBIERA SIGNIFICAR “ERE”.

Victoria Fortún
3 min readMar 4, 2021

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Era un hecho: en un mes la multinacional en la que trabajaba iba a despedir a tres mil personas. Los medios de comunicación lo habían disfrazado con recursos periodísticos que restaban gravedad a la tragedia: hablaban de negociaciones de retribuciones e indemnizaciones. Pero lo cierto era, que 3000 almas quedarían a merced de un mercado laboral que ya les consideraba inútiles y esas personas saldrían de su rutina después de, algunos, 30 años.

“Los números no tienen corazón” le dijo siempre su padre, con la esperanza de que estudiase contabilidad, como él.

Santiago era de letras, de sentir, de pálpito fácil.

Paseaba por casa intentando refrenar su ansiedad. Tenía que hablar con Aurora, contarle la situación: iba a dejar de ser el cabeza de familia, un concepto anticuado que habían grabado a fuego en él. Un patrón heredado como las costumbres y el patriarcado.

Ella entró y dejó las llaves en la repisa de la entrada. Se bajó de los taconazos que siempre adornaban aquellos pies pequeñitos del número 35 y estilizaban sus piernas.

“No es momento para ponerte cachondo, Santi”, se regañó a sí mismo.

— Hola, cielo — dijo ella.

— Hola, amor — saludó él, notando ella una sombra en el rostro del hombre bueno que había conocido a los 15 años, siendo niños, creciendo juntos.

— ¿Te pasa algo? — preguntó, aunque ya en Cadena Ser había oído la noticia.

— No sé si seré uno de los candidatos para el ERE de la empresa. — Le costó hablar, quizá porque nunca hubiera querido que esas palabras salieran de su boca.

— ¿Y? — preguntó Aurora.

— ¿Cómo que y…? —

Ella se bajaba la cremallera del vestido azul marino que traía. Había sudado y lo llevaba pegado al cuerpo. Quería liberarse de ello. Sin embargo, interrumpió la acción para cruzarse de brazos y mirar directamente a su marido:

— Santiago Ramos García: tienes 59 años. Aún estás cañón, no tenemos grandes deudas que pagar y vivimos en plena pandemia. Mueren 400 personas al día, aislados, asfixiándose o sedados, muertos de miedo y lejos de sus familias.

Santi intentó hablar. Aurora levantó el dedo para continuar.

— Ni se te ocurra sentirte mal. Te lo prohíbo. Nunca te he prohibido nada ¿A qué no? — hablaba con autoridad — ERE significa: eres realmente especial.

No le dejó contestar.

— ¿Sabes qué? — continuó diciendo — Que les follen a todos. Tú coges la pasta y ya nos apañaremos. Indemnización, luego paro y después lo que sea de pensión.

— No es tan fácil — quiso lamentarse él.

— Sí que lo es. Ya está bien. Te quedas en casa. Pasas el polvo o haces la comida y te vas al gimnasio o a jugar a los bolos o vienes a buscarme al trabajo cómo cuando éramos novios. Si quieres hasta me metes mano en el coche. Pero ni se te ocurra deprimirte porque ya no vas a vender bragas o chalecos o trajes o lo que sea.

No pudo seguir quejándose porque las ganas de llorar de pena se las había llevado la misma brisa que secó el sudor de la piel de Aurora. Se acercó a ella. Hizo que el vestido se deslizara como si fuese aceite y le hizo el amor.

Fue la última relación sexual que tuvieron antes del paro.

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Written by Victoria Fortún

Me gusta contarme historias y por eso las escribo. Mi cerebro bulle . Estornudo letras. Invento ficción para no morir de un cólico de realidad.

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