PERROS, CICATRICES Y BESOS DE CHOCOLATE.

Victoria Fortún
4 min readFeb 9, 2021

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Mi abuela siempre decía que las cosas nunca pasan por casualidad.No creo que, al que mueve los hilos allá en el cielo, sentado en su trono, le divierta haberme manejado como una marioneta. Sin embargo lo parece. Pues gracias, te llames Dios, Jefe del Universo o Manipulador mayor del reino.

Conocí a Carmen en plena pandemia de coronavirus, allá por 2020, por medio de una plataforma de compra-venta de productos de todo tipo. Yo quería comprar un collar y un arnés para Luna, mi perra y por entonces,el amor de mi vida. Luna tenía alergia a algunos materiales y quise encargar para ella unos artículos hechos de algodón y artesanales. Carmen es la emprendedora de una pequeña empresa dedicada a elaborar justo esas cosas que Luna necesitaba.

Hice mi pedido por teléfono. Me encantó su simpatía y su voz.Me dio algunas instrucciones. Tenía que medir el cuello de Luna, el contorno, el lomito…

La verdad, es que los artículos que escribo para el periódico en el que trabajo, son medianamente buenos, pero para el resto soy un manazas.Cada vez que medía a mi pequeña negrita, me salía una cifra diferente. Así fue como decidí grabar un video y enviárselo a Carmen por Whatsapp.Mi única pretensión fue hacer las cosas bien, lo prometo.No tenía yo mucho espíritu para el amor.

Después de mi divorcio, había decidido que el Cupido que la vida me había asignado,me odiaba era un puto cínico, o, sencillamente se drogaba. A lo que voy. Pocos minutos después de recibir el video, Carmen me hizo una videoconferencia.Me fue dando pequeñas indicaciones y, por fin, ella pudo tener datos suficientes para poder trabajar. Ya que estábamos, me enseñó varios estampados para que eligiera el que más me gustaba.Al final, decidió ella por mí, opinando que mi labradora negra, estaría muy guapa con un collar rojo.Conocí a Limón, Tequila y Sal, sus tres perros acogidos primero y tras enamorarse de ellos, adoptados.

A ella no le sucedió como a mí.Yo, me reprendí a mí mismo durante esa noche y las mañanas siguientes, porque su sonrisa se había quedado en mi memoria como una de esas manchas de alquitrán, que no se van con ningún detergente.

Mira que se me ocurren ideas, pero no supe con qué excusa ponerme en contacto con ella. Eso, sencillamente sucedió. Otra maravillosa coincidencia.Nos encontramos de frente. Ella y sus tres compañeros paseaban en un parque cercano a casa, ¡ Éramos vecinos!

Se mostró encantadora. Llevábamos mascarilla, pero pude ver cómo sus ojos sonreían y no quise volver a casa.

Me lancé a mensajearla para quedar y pasear juntos en los horarios que nos establecían.Fue maravilloso. Juro que nunca había sentido algo así.

En los siguientes días, fui introduciendo un “cielo”, un “cariño”, le mandaba fotos de Luna con su collar nuevo y, a veces le pedía opiniones sobre mis trabajos. Fue increíble, porque de un modo sincero y relajado, me ayudaba.

Un día me dijo que le encantaba el chocolate, yo le conté qué grupos de música me gustaban, pero que generalmente para escribir, necesitaba música clásica o instrumental porque sino acababa cantando y no me concentraba.

A su merced me tenía. En sus manos no. Porque empezó a rehuirme cuando el acabó el Estado de Alarma. No respondía a mis mensajes o rehusaba quedar para pasear.

Pero ahí estaban. Todo el grupo, su sonrisa que traía compañía: su mirada, su voz, sus caderas moviéndose, su inteligencia, su humor rápido, ocurrente y, a veces un poco negro.No podía sacarlos de mi vida.

Tenía miedo de parecer un acosador.Pero la llamé y le pregunté

— ¿Qué ha cambiado entre nosotros? Pensé que nos gustábamos.

— Me gustas. Pero yo no soy cómo tú piensas—respondió.

— No me ves, pero estoy levantando una ceja ¿puedes explicarme eso?

— No sé si estoy preparada — dijo, y supe que era algo importante, porque le tembló la voz.

Para cuando me estaba contando aquello, yo ya salía de casa. Un día, en secreto, la había seguido y sabía exactamente dónde vivía. No era un sitio muy grande, pero tenía un pequeño jardín en la parte de atrás.

— Prueba. Igual puedo soportarlo.

— Hace cinco años mi novio me dejó. Llevábamos 10 años juntos. A los tres meses me detectaron cáncer bilateral de mama.

— ¿Y?¿Sigues enferma?

— No. Estoy curada. Es algo diferente.

— ¿Qué?

— Estoy totalmente plana. Después de la operación decidí que no necesitaba ni quería otra sustancia dentro de mí, ni pasar por el quirófano, otra recuperación, otros médicos, consultas.

Llamé al timbre. Los tres bichitos de cuatro patas acudieron al ruido .

— Tengo que dejarte. No es una excusa. Llaman a la puerta. Creo que es mejor que te tomes un tiempo para pensar.

— De acuerdo — dije.

En ese instante, me abrió la puerta y yo le abrí los brazos, mi corazón y mi alma. Desde aquel primer abrazo, vivimos rodeados de perros, cicatrices y besos de chocolate.

A veces escucho que llaman guerreros a los enfermos de cáncer. Yo no creo que lo sean. Creo que son personas como tú y como yo que deben asumir y enfrentar la prueba que el Universo les pone en el camino: aferrarse a la vida, seguir un tratamiento, sobrevivir en el mejor de los casos y en el peor, saber que deben despedirse saboreando los ultimos sorbos del licor de la vida.Ahora dime ¿puede surgir una historia de amor en medio de una pandemia, entre un hombre que ya no creía en Cupido y una mujer que ha superado la peor de las enfermedades?

Por supuesto.

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Written by Victoria Fortún

Me gusta contarme historias y por eso las escribo. Mi cerebro bulle . Estornudo letras. Invento ficción para no morir de un cólico de realidad.

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