PINTAR LA VIDA.
Marina nunca ha deseado que sus padres fuesen diferentes. Ese no es el tema. Es muy espiritual, y supone, que en algún momento entre vidas, los eligió. Aplicaron una autoridad bastante laxa así que, pudo hacer muchas cosas excepto salir hasta el amanecer, por ahí no pasaron.
Su madre, Amelia leía novelas de amor de esas antiguas, que cambiaba semanalmente en un kiosco del barrio, un poco escondida, como si comprase droga. Su padre Roberto, trabajaba conduciendo un taxi de noche, así que no solían coincidir.
Eran dos islas: Amelia la de los sentimientos y la fantasía a flor de piel y Roberto la sobriedad, las sonrisas fuera de casa, porque los de dentro, ya daba él por sentado que le querían.
Para Marina era difícil entender que su papá persiguiera el reto de ganarse a los demás. Quería un padre que jugase y compartiera momentos y abrazos y besos. Tenía a un grandullón que casi no cabía en el taxi y ocupaba mucho territorio en la cama que ella conquistaba en su ausencia, haciendo leer aventuras románticas en voz alta a su madre.
Una mañana, Marina lo entendió todo. Se llevó a la cama su libro de colorear y un par de pinturas, roja y azul. Tocaba pintar la carpa de un circo, a franjas. Su padre acababa de despertar y estaba recostado tomando una taza de café, era como un ogro despeinado y en pijama.
Empezó a colorear el espacio en blanco, sin cuidado, sin pensar. Su padre miró el dibujo. Cogió la pintura roja y le quitó de las manos el libro.
— Marina hija. Mira cómo lo hago yo. No te salgas de la línea negra, ¿ves?
Claro que lo veía.
Ella daba amor a raudales, sin filtros ni límites.
Él ponía fronteras. En aquella época los chicos ni lloraban ni expresaban lo que sentían. Aunque culpar a la época, a la educación, es solo un analgésico para Marina.
Le sonrió, le dio las gracias y se fue a pintar al salón. Dejando que las pinturas corrieran salvajes, sin normas ni contemplaciones.
No es que sea un ejemplo de cómo amar. Es la experiencia de Marina.
Cada uno pinta la vida con los colores que elige.
Yo usaría rojo pasión, como el carmín de mi abuela, turquesa con olor a la sal de mi playa (Los Cocedores) y el amarillo dorado de la cerveza fresca. Y juro que siempre, he querido salirme de las líneas marcadas, pero coloreo con palabras.
Feliz fin de semana.