RESCATANDO MIS BRAGAS DE ENCAJE.
A lo largo de mi vida he pasado mucho miedo y lo peor, sus consecuencias.La siguiente historia está inspirada en conversaciones que a menudo tengo con mis amigas sobre un miedo común a mi genero: miedo a la revisión ginecológica.
En general soy blandita. Un oso de gominola.Los médicos me dan pavor.Hasta el de atención primaria al que he conocido hace año y medio, casi dos. Estar malito no es plato de buen gusto. Pero al menos, cuando estás enfermito, tienes una excusa para acudir a consulta: quieres encontrarte mejor.
Hoy sin embargo me encuentro en el frío pasillo de una sala de espera practicamente vacía. El virus ha provocado que la conversación de “antes de” ni siquiera exista. Esa que hace que te olvides de dónde estás y a que vienes. La revisión es necesaria. Más vale prevenir que curar y todas esas cosas. Pero pasa tú por la silla en la que un desconocido te pregunta por tus cosas.No las cosas que me preguntaron la semana pasada en la entrevista que salió publicada en el dominical de un periódico nacional, no.Esas las respondo digna y orgullosa, como si Victoria Fortún fuese una celebridad y no un personaje que me he inventado.Estas, sin embargo las contesto como si me hubiera tragado una escoba.
La segunda parte es mucho peor. La revisión “manual”. Me desvisto y pongo una batita de papel que nunca sé cómo se coloca.Me situo en un potro metálico y frío, siguiendo las instrucciones de la enfermera y trato de no pensar, o pensar que este señor ve tantas vaginas como trajes vende mi marido (qué mala comparación leñe).
— Perfecto, puede vestirse. En un mes vuelva para ver los resultados.
Y ahí da comienzo la tercera fase, cuando me visto cómo si mi vida dependiera de ello. Cojo mi bolso, llego hasta la puerta y, cuando la cierro, soy consciente de algo horrible: se me han olvidado las bragas. Pero ¿a mí se me va la olla?¿cómo he podido olvidar ponermelas? Valoro durante unos segundos dejarlas dentro. El caso es que en un mes tengo que volver y entonces ¿qué?
Total. Doy dos golpecitos a la puerta y vuelvo a entrar.
— ¿Tiene alguna duda Victoria? — pregunta el doctor.
— Disculpe. Creo que he olvidado algo.
Paso roja como la grana al box y rescato mi retal de encaje.Salgo, respiro y pongo a Dios por testigo de que nunca más me dejaré el cerebro en casa.
En ese momento quise morirme.
Hoy lloro de risa.Son cosas del miedo y las prisas.