SENTADOS EN UNA ESTRELLA.

Victoria Fortún
3 min readMar 11, 2021

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Nadie entendía a Nadia.

Sus hermanos decían que el amor que le unía con su abuela era desproporcionado. Nada de eso. Su abuela era la única que la entendía. Sus críticas le ayudaban a mejorar cada día y su experiencia vital eran grandes regalos que Nadia atesoraba clandestinamente, sin querer compartir con nadie esa gran riqueza. Juntas habían logrado el sueño de Nadia: ser escritora. Durante toda su infancia, sus abuelos habían motivado a la menor de sus nietos a realizarse laboral y espiritualmente.

Adela, sin embargo, se había empezado a apagar. Desde que su abuelo murió, Nadia había visto desaparecer la luz que inundaba su mirada. Se trasladó de nuevo a casa de sus padres. No le importó renunciar a la independencia de su mini piso. Volvía de vez en cuando y seguía pagando la hipoteca. Ya tendría tiempo de volver si la abuela mejoraba.

Pero, tras una consulta neurológica, el médico les dijo que después de un episodio traumático, el riesgo de desarrollar deterioro cognitivo era mayor y, a la edad de su abuela, más de 80 inviernos, el Alzheimer se estaba haciendo dueño de su cerebro.

Ni siquiera sus padres tomaban en serio los ataques de pánico que Nadia sufría al ver las reacciones de Adela. Creían o querían creer, que eran simples despistes de la edad.

Pasaron meses y la situación era desesperante para Nadia. Su abuela ya no se vestía sola. La llamaba por el nombre de su hermana: Ángela, que había muerto cincuenta años atrás. Confundía la noche con el día y había olvidado cosas básicas como abrir un cajón o el uso de un picaporte.

Una noche de agosto, Nadia se despertó y se asustó al no ver a su abuela en la cama del cuarto que compartían.

Miró por toda la casa antes de despertar a sus padres.

— Hoy es, hubiera sido el aniversario de mis padres, ¿dónde se habrá metido esta mujer? — dijo entre sollozos Rocío mientras Nadia avisaba del problemaa sus hermanos.

Llamaron a la policía y al resto de la familia y todos, empezaron a recorrer la ciudad en busca de Adela.

Nadia condujo hasta el centro de Madrid. No había ni un alma por la calle. Llegó al Paseo del Prado guiada por una corazonada.

Aparcó lo más cerca posible del Monasterio de los Jerónimos, en la Calle Moreto.

Aún estaba cerrado. Pero, en la escalinata, iluminada entre la luz eléctrica y las del amanecer, Nadia divisó el cuerpo encogido de su compañera de ilusiones. Lo supo mucho antes de acercarse. Había muerto con una sonrisa dibujada en su dulce rostro.

Adela murió sosteniendo su foto de boda, en el lugar donde años atrás había adquirido el mejor compromiso de su vida. Lo suyo fue Amor eterno.

Esa noche, Nadia comenzó a escribir la historia de amor más bonita del mundo, entre días de verano y lágrimas de nostalgia.

Al llegar el frío, publicó su mejor obra.

Sus abuelos disfrutaron de sus premios literarios compartiendo un cucurucho de castañas, sentados en una estrella.

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Written by Victoria Fortún

Me gusta contarme historias y por eso las escribo. Mi cerebro bulle . Estornudo letras. Invento ficción para no morir de un cólico de realidad.

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