UN DON MALDITO Y UN SUPERHÉROE COJITO.
Nací maldito, condenado de por vida a vagar por este mundo viendo la maldad que cada persona lleva en su corazón. El mal existe. En esta Tierra habitan humanos que no deberían recibir ese nombre, yo incluido. No soy mejor que ellos solo por ver el daño que infringen. No es un don. Es una condena.
En el trayecto en metro hacia mi apartamento, mi pequeña guarida,intento desconectarme. Evadirme. Escuchar atentamente la melodía que suena en mis auriculares.
Le veo entrar. Mis sentidos se agudizan. Puedo incluso sentir su dolor infantil y analizar cada uno de los componentes que conforman su monstruosidad. Es curioso, pero su alma está llena de un gran vacío. Allá por dónde va deja desgracia.Es muy alto y fuerte.Tiene cicatrices en la cara y lleva las manos y los brazos tatuados.
Se queda mirando a la mujer rellenita que lee distraída cerca de la puerta.
«Que no lo haga» suplico a un Dios que sé que está sordo.
— ¡Tú, gorda! — grita, — mientras la joven levanta la vista aterrada — ¡levántate!
La toma del brazo y la pone en pie, zarandeándola.
Me acerco hasta ellos.
— Por favor, deja que se marche — le pido.
Cesa su actividad. Sé que le parezco una diana más fácil. Lo sé porque, debido a una discapacidad de nacimiento, llevo gafas, soy gordito y arrastro una pierna. Es el mejor refugio para mi “don”. La mujer me mira mitad agradecida mitad aliviada. Le devuelvo la mirada y con una sonrisa le advierto:
— Es mejor que bajes en la próxima estación.
Asiente y corre hasta el vagón contiguo. El tren para y ella se apea.
El asesino está a punto de reírse. Cree que le temo. Debería ser él quien huya de mí.
No le doy ni siquiera una oportunidad.Toco su corazón y lo paralizo. Deja de latir.La sonrisa irónica que estaba esbozando se congela en su boca junto al aliento fétido empapado de alcohol y vicio. Acomodo su cuerpo en uno de los asientos y pido perdón por no arrepentirme.Hoy el mundo es un lugar mejor sin que él respire.
Los super poderes no se eligen. Yo no lo quiero. Pero vive conmigo, intentando compensar el hecho de que no tengo capa ni posibilidad de volar, ni siquiera un coche molón. Me conformo con no despreciar la imagen que mañana me devuelva el espejo. De momento me río de la vida surrealista que llevo.Abro la puerta de casa y enciendo la tele para no oír las quejas de mi cerebro.
— ¿Hacemos una pizza? — dicen en un anuncio, como solución a todos los problemas.
«Manda huevos» pienso, deseando de repente sentir el queso fundirse en mi boca y digerir la muerte que llevo clavada en las pupilas.