UNA NUBE AZUL Y UN AZUCARERO.

Victoria Fortún
3 min readFeb 4, 2021

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Morir no duele, pero remueve.Afecta ver como los tuyos sufren y, aunque les abrazas, no sienten tu calor. Cuando llegué aquí pedí una prórroga: solo unos días para despedirme de los míos. Fue un poco más porque decidí jugar con ellos.

Tras la cremación, vi cómo entraban mis hijos en casa y sus gestos cambiaban. Pero ellos son jóvenes y, los jóvenes tienen, como los niños un corazón suficientemente elástico para soportar el sufrimiento. A parte, ellos tenían sus propias vidas, trabajos y familias.

Mi querido esposo. Él sí que pasó los días deambulando, como si fuera él y no yo el fantasma.

Despertaba a la hora en la que yo solía levantarme al baño, hablaba a mi urna, besaba mis fotos…los fantasmas no lloramos, pero penamos. Incluso a veces, cayendo en la cuenta de mi ausencia, Román se desesperaba. Yo sentía su dolor y su deseo de venir junto a mí. No era su momento.

Le susurraba palabras de amor y, quizá sea mi imaginación, notaba su alivio.

Me decepcionó sentir que los chicos, se preocupaban por su padre menos de lo que yo esperaba.No les sobraba tiempo, es verdad. Pero hubiera querido más atención para su corazón roto y que buscasen su bienestar, su entretenimiento.

Una semana despues del crematorio, les tocó liberar el armario de mis trapos. Había de todo: ropa y también complementos. Las chicas lo clasificaron todo en cajas para la beneficencia, regalos a familiares y conocidos y cosas que ellas usarían o guardarían de recuerdo. El armario quedó desértico.

Y tras ello, las chicas comenzaron a curiosear y abrir cajones sabía lo que buscaban: mis joyas.Encontraron casi todo: Los pendientes de perlas de mi madre, el reloj de oro de mi padre, la esclava de mi comunión con mi nombre grabado.

Sin embargo, yo, sabiendo que el cáncer me vencía, escondí mi joya favorita.El anillo de pedida que Román había pagado en miles de plazos. Tenía un enorme zafiro en el centro por el color de mis ojos y cuatro brillantes que simbolizaban los hijos que queríamos tener.

Daba comienzo el juego.

Durante los meses siguientes, cuando entraban en casa iniciaban la ginkana.No era difícil. Más bien lógico.Pero se empeñaban en revolver en sitios originales y rebuscados: bajo los cojines, entre las latas de conservas, en las macetas de tulipanes…

Hasta que Rocío regresó de Londres. Mi nieta mayor solo vino al funeral y regresó a las inglaterras, a terminar el curso .Era mi ojito derecho. Llamaba a su abuelo dos veces al día, le entretenía, le había comprado una tablet y tenían videoconferencias. Román visitó en línea museos, conoció a los compañeros de piso de la niña, a su noviete…

Entonces ella regresó.

Entró en casa con su pelo azul y su piel llena de tinta. Abrazó a su abuelo. Pasó al baño y, abriendo mi perfume olfateó el tapón. Se secó una lágrima rebelde y, empezó a hacer esas cosas tontas que a los viejos nos facilitan la vida: ordenar papeles de los bancos, coger el bajo a unos pantalones que a Román le quedaban largos, poner anillas a las cremalleras y, rellenar algunos recipientes, porque con la artrosis, los viejos no podemos sostener algunos objetos y se nos escurren de nuestras delicadas manos.

Eso pasaba con el azucarero.Había que rellenarlo de vez en cuando y ya casi se veía el fondo cuando Rocío lo fue a llenar.

— ¡Abuelo! — gritó desde la cocina.

Román entró y ambos se asomaron al recipiente, como si miraran hacia el fondo de un pozo,con cara de tontos.

Sacaron la cajita envuelta en papel film y, las piedras sonrieron a quien yo quería que fuese su nueva dueña.

Los recuerdos me invadieron: la piedra enorme, mi sorpresa, el sentimiento de orgullo de un joven pidiéndome matrimonio rodilla en el suelo…

Yo,intuitiva que soy, había dejado una nota:

Es tuyo y hace juego con tus ojos, tu pelo y tú brillante corazón. Siempre estaré contigo.

Pasé junto a ellos y me uní a su abrazo antes de volar a mi nueva casa: una nube azul.

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Written by Victoria Fortún

Me gusta contarme historias y por eso las escribo. Mi cerebro bulle . Estornudo letras. Invento ficción para no morir de un cólico de realidad.

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