ZAPATOS DE BRUJA.
Me esforcé todo lo que pude, durante años. Era su superior y los dos estábamos comprometidos con otras personas.Incluso, intenté ser lo suficientemente molesto para que pidiera el traslado a otro departamento. Fracasé. Tiene valor y caracter suficiente para aguantarme a mí y a tres cretinos más.
Vestía casi siempre de negro. “Para ocultar mis lorzas” decía la muy tonta.Pero claro, miraba al suelo y, cada día me encontraba con un modelo diferente de calzado.
¿Cómo era posible?
Casi siempre eran feísimos. Tipo bruja, con tacones imposibles, a veces tan altos, que tenía que esforzarse por andar derecha y ¿yo?, yo pensaba:
“Se va a caer de los andamios y con su cuerpo despanzurra a cualquiera” solo que yo quería ser ese sobre el que se cayera y sostenerla del brazo, la cintura, las manos…
Y ya…cuando vestía zapatos de tacón de aguja y falda…puf ¡Qué sudores!
Así pasaron los años, hasta que en una fiesta de empresa, la intercepté saliendo del baño.Como siempre vestía de negro y, al mirar a sus pies, no pude ver nada más. No eran feos, eran lo siguiente.
— Laura ¿no pudiste dejarte la escoba y los zapatos de bruja en casa?
— Claro que sí, jefe — contestó — Pero los necesito cuando estás cerca de mí.
— ¿Cómo?
Me cogió de las solapas de la chaqueta y me arrastró hasta el baño de caballeros. Allí me empotró contra los azulejos y me besó con vehemencia. Toda la sangre de mi cabeza viajó a mi entrepierna tan rápido que creí que me había mareado.
De repente tuve un campo visual de 360 grados.
Quise estar soñando, pero no: mis manos tenían una especie de ventosas mediante las cuales luchaba por no caer de su mano al suelo.
Ella se acercó al espejo y quise morir al verme reflejado: ¡Yo era un sapo!
Laura me dejó en el suelo y se agachó. Su falda Pin-up negra rozó un poco el suelo y de sus labios rojos salió esta frase:
“Ni ahora, ni con forma humana, llegarás a estar NUNCA a la altura de mis talones. Deja de joderme o ya sabes de lo que soy capaz.”
Salió del baño susurrando unas palabras y, a los pocos segundos, volví a ser yo. Un “yo” con forma humana. Me palpé cada uno de mis músculos. Me asomé hasta a mis calzoncillos. Estaba todo. Todo, menos las ganas de perseguirla, humillarla o burlarme de ella o los abrigos de sus pies de bruja.
No quiero ser nunca más un sapo. Seré un humano que admira a un cuento andante. Lo juro.